Estas vacaciones, el golpe emocional del accidente de Barajas me ha zarandeado con una fuerza feroz. Ya de por sí ha sido algo tremendo sin palitivos, pero yo iba a pasar por el aeropuerto madrileño a los dos días para coger un avión, y de Spainair precisamente. Afortunadamente no hubo ninguna incidencia. Para volver tampoco; tres horas de retraso, pero nada más. La compañía, pesarosa, me invitó a cenar.
Me pregunto si estarán pesarosos algunos periodistas por la cobertura que han realizado del accidente y de los días posteriores. Porque nos pasamos la vida discutiendo sobre cómo afecta la tecnología a los medios y elucubrando mundos virtuales, imaginando pros y contras de la convergencia total, y aplaudiendo o denigrando escenarios repletos de ciberperiodistas ciudadanos. Sin embargo, con tanta innovación, nos hemos olvidado de la esencia del oficio, de lo realmente importante, de lo que ni siquiera se aprende en las facultades.
Creo que, entre todos, hemos perdido el sentido común.
Y si alguien no entiende a que me refiero, que eche un vistazo a la red.
Lean si no las palabras de la diputada socialista Elena Valenciano:
El espectáculo de reporteros y reporteras -jóvenes y, probablemente mal pagados- micrófono en mano con el logotipo de su cadena de televisión, correteando por los pasillos del IFEMA y por las lágrimas y la pena de los familiares es, sencillamente, repugnante y ha llegado a rozar la crueldad.
La necesidad de rellenar horas y horas de “información” en las teles y en algunas radios ha producido verdaderos “esperpentos de la comunicación”.
Pero esto no es más que el principio de un post en el que hay que leer los numerosos comentarios sobre el estado de la profesión, casi todos identificados con nombres y apellidos. Es tan sólo un ejemplo de lo que se ha dicho estos días en internet sobre el periodismo. Tremenda la imagen que los ciudadanos tienen de nuestra profesión. Y no vale eso de que en agosto los verdaderos profesionales están de vacaciones o que la culpa la tienen los programas del corazón, porque se está viendo que muchas de las formas de actuar de éstos se utilizan constantemente en los informativos, a los que hasta no hace mucho se les suponía cierta seriedad. Como mucho se podría dudar de su sesgo ideológico, pero pocas veces se iba más allá. ¿Es que no hay redactores jefes o editores en las redacciones? ¿Hasta dónde vamos a llegar en la deriva?
Como perros guardianes, estamos acostumbrados a clamar contra todo lo que consideramos incorrecto, incluso hemos puesto en tela de juicio -y nunca mejor dicho- ciertas actuaciones judiciales. No pasamos una a los políticos ni a los médicos negligentes o a los empresarios corruptos. Ha llegado el momento de que empecemos a considerar el problema que tenemos en casa. No sirve de nada discutir sobre convergencia mediática o periodismo ciudadano si no tenemos claro qué es periodismo. No es de recibo entristecerse por la agonía del periódico de papel cuando se nos está muriendo entre los brazos el propio periodismo.
Un repaso por algunas de las cosas leídas estos días dan que pensar. Ahí van algunas para agravar el síndrome postvacacional (si es que eso realmente existe):
- “Parece una competición de falta de ética periodística y hay medallas para todos”, opinaba Nacho Escolar. El director de Público reflexiona sobre una información de la cadena de televisión argentina Todo Noticias (TN), que emitió el jueves por la noche, el día siguiente del accidente, una información donde aseguraba tener la transcripción de las últimas frases que se cruzaron el comandante del JK5022 y su copiloto. (Vídeo 3:42)
- David Gómez se ha dado también un paseo por la blogosfera en busca del trato sensacionalista que este tema ha recibido. Concluye que “son mucho más abundantes las críticas que los halagos, aunque habría que tener en cuenta que la herida del accidente aún está abierta”.
- Manuel Marlasca, por su parte, habla en ABC del periodismo de especulación que se genera en estos casos.
- Ottoreuss se pregunta en Soitu si es realmente necesaria tanta información.
- Hasta la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) reaccionó a la reclamación que le hicieron los familiares de las víctimas del accidente.
- A todo esto, El País se pregunta quién controla -en el caso de que se debiera hacer- la frontera entre el morbo y la información. Y como pistas -o como sugerencia, quién sabe- señala dos posiciones tradicionalmente enfrentadas:
“Para la FAPE es el medio el que se controla; los sindicatos de periodistas mantienen que se necesita una autoridad que regule quién es periodista y quién no.”
- Para compensar, compruebo que Ramón Salaverría da una lección de periodismo. En una nota, iniciada a las 16.34 h. del 20 de agosto y actualizada sucesivamente, ha ido recogiendo recursos online de apoyo para la cobertura informativa de la noticia.
Puede que no sea un tema de control, sino de principios. De definición. De saber quiénes somos, qué hacemos y cuáles son nuestras obligaciones.
Puede que tengamos que hablar de nuevo de las esencias de la profesión. Y de la ética, la deontología y todo eso.
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