Si los medios son ‘la voz de su amo’, ¿qué hacemos aquí los periodistas?

Mecido por los vaivenes del cablegate, la integración de Cuatro en el universo de Telecinco, la portada más doce páginas que le dio el EPS a Belén Esteban o la desaparición de CNN+, he llegado a pensar que el universo informativo ha encontrado el verdadero final de ciclo en 2010.

A los que piensan que nos hemos quedado huérfanos y que ya ni los diarios de referencia son refugios seguros para la información de calidad, les aconsejo que lean  un libro esclarecedor: El crash de la información: los mecanismos de la desinformación cotidiana, de Max Otte.

Mientras, y para animar el debate con el nuevo año, recupero dos vídeos (de penosa calidad, lo siento) de una entrevista a Arcadi Oliveres. Este profesor de Economia Aplicada de la Autonoma de Barcelona analiza lo que ocurre en el mundo sin quitar responsabilidades a los medios

(vídeo 1, 10:00)

1:54 Nuestra obligación es ir a buscar estas ‘nestlés’ (empresas cuyo poder está por encima del poder político)

2.15 Quién está detrás de los 12-14 principales mass media de Estados Unidos. Son quienes marcan la opinión pública en general. Son atendidos por medios de todo el mundo para lazar las noticias importantes (dirigen la agenda).

4.10 Por encima de estos grupos empresariales hay organizaciones más discretas que intentan controlar el poder, como el Foro Económico de Davos y el Grupo Bilderberg

(vídeo 2, 6.16)

00:22 También hay al menos media docena de personajes españoles.

2:06 Cámara de Comercio en Bruselas, que actúa con enorme fuerza, pues 15.000 lobystas hacen presión sobre los funcionarios allí representados.

3.15 ¿Cuál es la función de los medios de comunicación junto a estas influencias? No lo sé, pero los medios colaboran a encumbrar determinadas figuras y son intermediarios indirectos en sus negocios.

 

En realidad Oliveres y Otte, movidos ambos por su formación de economistas, siguen un mismo razonamiento: existen mecanismos que contribuyen a alterar el estado de la información que recibe la sociedad. Pero no se trata de ninguna conspiración extraña, es el mundo que hemos construido. Otto, uno de los pocos economistas serios que anunció la debacle de 2008, lo repite varias veces en el libro e insiste en ello en las muchas entrevistas que le hacen. Extraigo esto de una para El País:

P. ¿Por qué habla de feudalismo?

R. Vivimos en una sociedad dirigida por el dinero. Por ejemplo, hay ministros que mientras lo son ya se están procurando un trabajo para cuando dejen de serlo. Luego los vemos en una gran empresa. Y eso lleva a una cierta corrupción, porque no realizan sus políticas de forma independiente. Por otra parte, las grandes sociedades están comprando la opinión pública. Contratan a relaciones públicas, pagan a gente para que escriba bien de ellos en los blogs de Internet… No estoy hablando de que haya una conspiración, lo que ocurre es que el dinero puede comprarlo todo.

P. ¿No es contradictorio hablar de desinformación en la era de Internet?

R. No. A través de Internet tenemos más desinformación. Se confunde al consumidor para ganar más dinero o lograr más poder. E insisto, no es ninguna conspiración.

P. Pero la Red parece haber democratizado la información…

R. En Internet hay chats o foros… Eso no aporta información. La información requiere pensar. Y periodistas cualificados, pero cada vez hay menos porque en Internet casi todo es gratis. No creo en el periodismo ciudadano. Los bloggers a veces descubren cosas, y eso está bien, pero no creo que sean reporteros porque para serlo se requiere especialización, cualificación y una institución detrás para tener editores. Una sola persona no puede hacer todo eso. Necesitamos profesionales.

Lo cierto es que la globalización nos ha proporcionado muchas más fuentes para informarnos, cuando no ha permitido que las mismas de siempre lleguen a nosotros de una forma directa y contundente, sin intermediarios. Pero más fuentes y más información no es sinónimo de ciudadanos mejor informados. Ya lo hemos aprendido.

La forma en que los gabinetes de comunicación y los departamentos de márketing (ahora se llaman periodistas de fuente) actúan es increíblemente eficaz: reconfiguran los datos con una predisposición aparentemente positiva, minimizan circunstancias, desvían la atención y desorientan a sabiendas a periodistas especializados y, cómo no, nos hacen ver lujosamente vestido al rey desnudo. Es el virus de la desinformación al que estamos contribuyendo.

Otto, como Oliveres, insiste en que la enfermedad es ya una pandemia. Nos ha llevado nada menos que al colapso de los mercados, que se han puesto por encima de gobiernos elegidos democráticamente. Explica que la venta masiva de títulos de riesgo que fue ocultada sistemáticamente tiene la culpa. Pero al final no es sólo eso. El sistema permite que muchos Madoff sigan dirigiendo la economía mundial.

Cuando Otte cuenta que las grandes empresas de alimentación confunden al consumidor con los datos, a veces incomprensibles de las etiquetas -y eso ocurre en un escenario de consumidores exigentes-, no se pude explicar cómo no llegamos a firmar nuestras operaciones financieras con el mismo criterio. Pocos son los que conocen la letra pequeña de sus cuentas bancarias, de sus créditos o lo que dicen las cláusulas de sus planes de pensiones. Y lo peor, aunque conozcan los detalles, presuponen riesgos que no aceptarían en otras facetas de sus relaciones personales. ¿Por qué?

Por si fuera poco las cláusulas ocultas y la desinformación se extiende ya a las compañías de telecomunicaciones, a las que nos suministran la energía… La desinformación social a que nos vemos sometidos en ciertos temas, solo en ciertos temas, nos pone a los periodistas ante nuestras responsabilidades.

Los medios, empujados por la deriva económica, puede que sean la voz de su amo. ¿Lo somos también los profesionales que trabajamos en ellos?

La información está en crisis. Pero estamos apuntando a la tecnología como si fuera ella la única culpable.

 En la contraportada Max Otte ya nos avisa:

Desfigurar, dar datos falsos, minimizar las circunstancias agravantes con mensajes positivos pero inanes, desorientar deliberadamente, soliviantar o aturdir, exagerar… Todo eso pertenece al repertorio de la desinformación y en nuestra sociedad es, desde hace mucho, más que una moneda corriente (…) Los buscadores de internet utilizan la información como auténtica materia prima para vender a empresas que buscan adelantarse a las necesidades del cliente. Prácticas ilegales, en su mayoría permitidas, y que muy poca gente denuncia realmente. 

Los periodistas contribuyen notablemente a la desinformación. Las informaciones financieras no se basan en una sensata pericia, sino en la dramatización o la falacia; y los gobiernos proclaman tener a los bancos y la economía en sus manos, cuando en realidad actúan como su agente.

ACTUALIZACIÓN, 4/02/2011: No puse en su momento que Otte fue entrevistado en la magnífica «La Contra» de La Vanguardia. Es una ampliación de esta entrada que merece quedar aquí anotada.

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